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A las 6 y pico

Tequila

POEMA (Para Nofret)

POEMA (Para Nofret)

Aún me abrazan las ramas

de la encina eterna.

Aún sus raíces sabias

medran bajo estratos de silencios

buscándome, buscándonos.

Ojos de pedernal, malditos:

Mis ojos.

Labios sin sangre,

alma sin piel,

meandros, deriva, tinieblas,

zozobra.

Deshace culpas con dedos de perdón

el Árbol, cobijo de estrellas rotas,

centinela de mis fantasmas,

manantial de savia incólume,

espacio libre donde me ama

y yo me muevo torpe:

muñeca imperfecta.

Viviré jara bajo tu sombra

y lloraré las sequías

que tú me regaste

cuando los estíos sin agua,

y si no soy flor,

es que soy hoja en tus brazos calientes,

piel de tu corteza eterna,

alma orgánica,

sólo para ti,

encina,

amor.


CÓMO NO, GUILLERMO.

CÓMO NO, GUILLERMO. CÓMO NO, GUILLERMO

Me ha llamado mi amigo Guillermo. Dice que le pasa algo muy raro, que tiene una hemorragia cerebral.

-Claro –le dije- y me llamas para decirme que tienes los sesos fritos, sangrantes, despachurrados, ¿no?

Tras ese primer intercambio de frases a borbotones, como “su hemorragia”, pude entender un poco lo que le ocurría: no era capaz de detener su mente. Le salían por las orejas cuentos, personajes. Estaba agobiado. Más tarde, decidió que lo que sufría era un brote maníaco.

-Me he quedado despierto toda la noche porque necesitaba narrar muchas cosas... se me narraban solas -decía.

-Chico, tranquilízate, eso es bueno, ¿no?

No, decía que no era bueno, que su ordenador mental estaba a tope, que era necesario añadirle más gigas... eso, que no controlaba su instinto creativo, que se le había desbocado el pensamiento... y yo, que acababa de leer “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, le dije:

-Oye, eso me suena a síndrome de Tourette.

-¡Vete a la mierda! -me contestó, es la primera vez que Guillermo me contesta así, no es su estilo.

-Cálmate - le repetí, sin importarme caer en la redundancia.

Pensé que lo mejor era ir a visitarlo.

Cuando me abrió la puerta, traía un folio en las manos:

-¿Te leo un cuento? -me dijo sin más.

Sí, realmente está hecho unos zorros.

Hemos hablado largo y tendido... es decir, ha hablado y yo he escuchado.

Le di un masaje en los pies, sé que le gusta. Se relajó mucho. Entonces, para variar, lloró y yo, que nunca llevo pañuelo, tuve que recoger sus lágrimas con el torso de mis manos... ¡siempre me llora Guillermo!

-Yo te entiendo, Willy. Has estado en dique seco, atrofiado, descuajeringado.

Mi amigo Guillermo asentía con la cabeza, los ojos muy abiertos, hinchados por el llanto, como dos tomates con pupila. Yo continuaba, ahora en monólogo:

-Y no te pregunto por qué, tú sabrás, ¡eres tan hermético!

Se encogió de hombros. Claro, entiendo: si uno es hermético, sólo a través de las lágrimas puede comunicarse, y los amigos, ¡a hacer cábalas! A despejar ecuaciones de segundo grado donde “x” o “y” son las penas de Guillermo.

-Guillermo, yo no soy Pitágoras, mi niño.

-Ya lo sé –admitió triste. Entonces, decidí ser Pitágoras, Tales de Mileto, o incluso Freud, sólo para él:

-Mira, mi amigo Ahora, se ha abierto una compuerta y tiene que drenar. Tus fantasmas, tus molinos, tus realidades, tus mierdas buscan un objeto donde materializarse...¿sabes qué es la obsesión? Pues simplemente una defensa de la ansiedad, así, como te lo digo. Lo tuyo funciona de la misma manera: quieres echar a cabalgar todo a lomos de corceles, magos, estrellas, neuróticos, sibemoles, vencejos y estatuas, ¡extraña tu simbología! Es como la alergia. Una reacción desmesurada... mi querido Guillermo, esta noche, me quedo a dormir contigo. Esta noche eres un niño. Imagina que soy tu perrito de goma dura y fría que te acompañaba a las doce, a la una, a las dos, a las todas, hasta que llegaban los odiosos mirlos, con la amanecida... los odias, ¿verdad? Al fin y al cabo, son pájaros negros, como los cuervos. No te sientas mal por odiarlos.

Guillermo me ha dicho: “Por favor, ¿te importaría abrazarme?” Yo le he contestado: “cómo no, Guillermo”.

ESSILIO PARA UNA PALABRA

ESSILIO PARA UNA PALABRA ESSILIO PARA UNA PALABRA

Una vez (aquel lunes, ¡cómo lo recuerdo!) amanecí con un propósito junto a mi almohada: organizar mi vida. Para ello era necesario empezar por una exhaustiva limpieza de todos sus enseres.

Regué mi planta, ese raquítico brote de garbanzo que a veces me daba por sembrar. Agradecido, dio un estirón y se inclinó como en una reverencia, sin poder aguantar su peso. Después peiné a Gato que, puesto ya en refinamientos, me pidió un baño. Buceó dentro de la tina salpicándolo todo, pero a mí no me importaba la mojadura. Al salir, le puse su albornoz y se sentó a oler un rayo de sol que se colaba por la ventana. Siguiendo mi tarea, me armé con un plumero: el teclado del piano estaba hecho una pena. Nota a nota, lo limpié, y yo sola me reía: vino a mi mente el recuerdo de aquella vez en que desaparecieron las teclas negras y tuve que tocar en do mayor. Sólo había sido una broma, menos mal; al cabo de un rato otra vez estaban allí, pero yo me asusté un poco.

Después le tocó el turno a mi estantería. Delicadamente fui acariciando los libros, uno a uno, con el plumero hasta que de pronto me pareció oír el sonido de algo que se estrellaba contra el pavimento; debía de ser algo muy pequeño, pensé. Y en efecto, era un palabra que se había caído del diccionario. Estaba allí desplomada, desvalida como un pájaro fuera de su nido. Con mucho cuidado la tomé entre mis dedos y, como pude, abrí el diccionario por la “ese” para ponerla en su sitio. Vi su espacio vacío entre otros dos vocablos y quise colocarla allí, pero el espacio se cerró repentinamente como la cueva de Aladino y no pude, así que la guardé en mi caja de palabras. Pero al poco tiempo mala sorpresa hube de encontrar: las demás palabras habían armado un tremendo alboroto hasta que la expulsaron. Por lo visto, su etimología no estaba muy clara, decían: que ni del latín, ni del árabe, ni tan siquiera del sánscrito. Xenofobia, eso es lo que era. Tenía gracia, ¡con la de barbarismos que vivían en esa caja!, yo misma los había guardado, no iba a
matarlos.

Bueno, pues tendría que buscarle otro aposento. No tuve más remedio
que sacar de su cajita de cristal la lágrima de oro que una vez lloró mi bailarina de porcelana cuando, al limpiarla, le disloqué un tobillo, ¡qué brusca soy! Como era pequeña (sólo cinco letras la formaban), allí la acomodé y parecía encontrarse a gusto.

Pero un día, a mi palabra se le murió una de sus cinco letras; ya
sólo le quedaban cuatro. Yo no sabía lo que pasaba, así que escribí un signo de interrogación y lo coloqué a su lado; ella me respondió perdiendo otra letra. Estaba claro, se sentía sola. Le rogué al número siete, con el que mantenía yo buenas relaciones, que la acompañara en su exilio, y así lo intentó, pero de todos es sabido lo mal que casan verbo y guarismo: el siete abandonó la cajita cariacontecido y volvió a su multiplicación, que, por cierto, había dejado descabalada.

Tres letras le quedaban, tres, pero en un suspiro que se me escapó, otra echó a volar. Decidí no volver a suspirar ni a abrir la cajita para evitar nuevas desgracias, pero entonces, de las dos que quedaban, una, que sufría claustrofobia, se suicidó. Apareció muerta aquella resplandeciente mañana de mayo, ¡qué pena! Y para colmo, Gato se la comió; debía de ser una "o", porque los ojos se le pusieron de pronto muy redondos.

Así pues, sólo quedaba ya la inicial de la estinta palabra: una solitaria "ese" que a veces me despertaba por las noches con su silbido. Yo no sabía qué quería. La puse junto al radiador por si se quejaba de frío, pero no, no era eso. Entonces la puse en libertad para que ella misma escogiera su modo de vida, pero convulsionaba, se revolvía deformando sus curvas, adoptando incluso la estirada forma de una "i".

A todo esto, el brote de mi garbanzo acababa de secarse y pensé que debía reemplazarlo, pero no me quedaban más en la bolsa porque había hecho un cocido. Bueno, desesperada, se me ocurrió sembrar la ese. Al cabo de unos días germinó, y al cabo de otros días, era una preciosa planta que dio en crecer y crecer. Yo la abonaba con los trozos de letras que me sobraban de escribir cuentos, y ella parecía agradecerlo. En breve, empezaron a aparecer minúsculos pámpanos que, cuando tomaron su forma definitiva, eran perfectas “eses”. Claro, si siembras guisantes, te salen guisantes. Si siembras escarabajos, quizá no salga nada, pero si siembras letras, te salen letras.

Sibilantes, serenas y sumisas “eses” surgieron suspendiéndose sinuosas de sus saludables sarmientos.

La mata, con mucho orgullo por sus vástagos, me dejaba que se las arrancara. Según las desprendía brotaban otras nuevas. Les regalé muchas a mis amigos: siempre son necesarias, la gente es muy aficionada a los plurales, nunca están de más. Adorné mi casa con las más perfectas. El singular desapareció de mi léssico, y a Gato le hice un collar. Otras vuelan libres; vivo en un continuo silbido, pero ya me he habituado.

El otro día, nació una realmente bonita. Se la llevé a mi amigo el orfebre y la bañó en oro. Ahora se ha convertido en un adorno para mi pelo. La tengo siempre puesta. Yo ya no oigo nada, será la costumbre, pero disen que cuando me aserco a alguien, la oyen silbar.

TEQUILA

EL CUESCO DE D. JUAN

EL CUESCO DE D. JUAN No era don Juan dado a oratorias ni amigo de palabras en demasía, mas siendo hidalgo de no mucho entendimiento, sentose donde mandáronle, sin entrar en dialécticas ni reparar que en ésas, sus entrañas pudieran talvez dar cuenta del copioso condumio con que por almuerzo húbose regalado antes de asistir al mortuorio.

Acomodose pues en lugar poco acertado dada su situación: no era su gracia la picardía, siendo así que el pánfilo fue a parar a la vera de una vieja alcahueta de afiladas napias que velaba al cadáver.

Caliente debía de estar aún el difunto cuando las tripas del mancebo recordáronle la digestión, mas parco en el habla cual monje en cuaresma, no atreviose a confesar el mal que le aquejaba mientras se dolía en retortijones provocados por su reciente agasajo, siendo así que por no perturbar, quedose en su asiento junto al muerto y la alcahueta. Entre llanto de plañideras, pensó se camuflaría el cuesco y el efluvio: bien podría atribuirse al muerto. Aliviose pues un poco, mas las afiladas napias de la vieja, más agudas que las entendederas de don Juan, pronto supieron de la procedencia de tal miasma y hete aquí que el mancebo, por la obra y milagro de Dios, viose de repente provisto de osada desfachatez, culpando al finado y la calor reinante.

Corriose la voz en la villa y fue desde aquel funesto velorio que hubo fama de que don Juan había trocado su apocamiento por descaro, tornándose falaz, cuesquero y calumniador de difuntos.

POEMA

POEMA Corre, que viene la tarde
dibujada de penas
a comerte el alma.
Brazos de viento rojo
desgranan sus dedos
sobre violetas tristes.
No le robes el llanto
al ocaso:
es risa de luz cansada
savia de luna nueva,
despojos de sol marchito,
árbol que llora sombras...
Corre, que te mueren los ojos.

ELLO

ELLO No trato de justificar lo que hice, pero la verdad, se esforzaba en amargarme la vida diciéndome cosas que yo no quería oír... Y no digo que le faltase razón, pero no se puede ir por el mundo haciendo daño gratuitamente: que si era un fracasado, que si en realidad hacía esto o lo otro por tal o cual causa, que si no me aceptaba tal como era... Eso irrita, va minando tu aguante; llega primero a preocuparte, después, a dolerte, y el dolor, cuando alguien te lo causa así, sólo por hacer daño, se convierte en irritación, y la irritación deviene en odio; además, creo que en realidad era él el que quería reafirmarse a sí mismo, cobrar relevancia a costa de destruir mi ego.
Yo había oído decir donde se escondía, así que, cogí el cuchillo que uso para desviscerar la caza, y lo hundí en mi abdomen. No pude ver la sangre de mi subconsciente muerto, porque antes, la mía lo inundó todo.

DUERME (minificción)

DUERME (minificción) Lloras atrapado en las redes de la noche.

El silencio te asusta, la oscuridad te duele y mis caricias no te alivian.

Duerme, mi niño; mejor duerme. Inventa un sueño y escóndete en él, porque ¿sabes?, han secuestrado al alba.

PROPUESTA

PROPUESTA ¿Que tal si partiendo de esta imagen como disparador escribimos algo de no más de cien palabras?
¿Vale el experimento?
¿Se lanza alguien?

HEAUTONTIMORUMENOS

HEAUTONTIMORUMENOS Él mismo pide estar encerrado. Tras los barrotes, se hostiga y demanda sufrimiento. Si la ración diaria de dolor no es bastante, se autolesiona. Clava las uñas félidas en su cuerpo peludo. Sangra. Aúlla en doloroso placer hasta caer extenuado, mas para no gozar de sosiego alguno, abre los ojos redondos, vehementes; se levanta sobre dos de sus tres pies, dentellea el tercero que ya es lujo que no merece, sangra de nuevo y suplica. Quienes lo queremos le propiciamos tortura y él nos ama. Con mi daga vacío sus entrañas que siempre vuelven a crecer. Inventa pesadumbres, imagina amarguras. Se abstiene de condumios. Nunca muere porque de suplicios vive. Es el atormentador de sí mismo.
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